lunes, 5 de agosto de 2013

Fragmentos que nos gustan de libros maravillosos

   La luna brillaba en el ojo del caballo balancín y en el ojo del ratón cuando Tolly lo sacó de debajo de la almohada para contemplarlo. El reloj hacía tictac, y en medio del silencio él creyó oír unos piececitos descalzos corriendo por el suelo, luego risas contenidas y cuchicheos y un sonido como si estuvieran pasando las páginas de un libro grande.
   
   Lucy M. Boston, The Children of Green Knowe.


   --¿Qué hacen esos niños sin libros de cuentos? --preguntó Neftalí.
   Y Reb Zebulun replicó:
   --Tienen que apañarse. Los cuentos no son como el pan. Se puede vivir sin ellos.
   --Yo no podría vivir sin ellos --dijo Neftalí.
   
   Isaac B. Singer, Neftalí, el narrador, y su caballo Sus. 


   Allí aparecieron ellos con osos bailarines, perros y cabras, monos y marmotas, corrían sobre el alambre, daban volteretas hacia delante y hacia atrás, lanzaban espadas y cuchillos y se arrojaban sobre sus puntas y filos sin herirse, tragaban fuego y trituraban piedras con los dientes, practicaban juegos de prestidigitación bajo abrigos y sombreros, con vasos mágicos y cadenas obligaban a los títeres a batirse entre sí, trinaban como el ruiseñor, chillaban como el pavo real, silbaban como el corzo, luchaban y bailaban al son de la flauta.
   
   Wilhelm Hertz, El libro del juglar.


   Si te vas, el espacio se cierra tras de ti como en el agua. No mires atrás: estás solo a tu alrededor, el espacio es sólo tiempo que se visualiza de otra forma. No podemos abandonar los lugares que amamos.
   
   Ivan V. Laliç, Places We Love.


   Oíd, el paso de la noche muere en el vasto silencio; la lámpara de mi escritorio canta queda como un grillo. Dorados sobre el estante brillan los lomos de los libros: pilares para los puentes del viaje al país de las hadas.
  
   Rainer Maria Rilde, Larenopfer.


   Los cortesanos me llamaban el príncipe feliz, y de hecho fui feliz, si la diversión significa felicidad. Así viví y morí. Y ahora que estoy muerto, me han colocado tan alto que puedo contemplar toda la fealdad y toda la miseria de mi ciudad. Y aunque mi corazón es como plomo, sólo puedo llorar.

     Oscar Wilde, El príncipe feliz.


   --Esperanzas --, dijo Schliet con amargura, --con el correr del tiempo he renunciado a ellas--.
   
   Paul Stewart, El cazatormentas.


   Si Jim hubiera sabido leer, quizá hubiera reparado en un hecho extraño... Pero Jim no sabía leer.
   
   Michael Ende, Jim Botón y los Trece Salvajes.


   Todas las palabras están escritas con la misma tinta, fleur [flor] y peur [miedo] son casi iguales, y puedo escribir sang [sangre] en una página entera, de arriba abajo, y no la manchará, ni tampoco me herirá.

     Philippe Jaccottet, Parlet.
   

   El mundo existía para ser leído. Y yo lo leía.
   
   Lynn Sharon Schwartz, Hundido por la lectura.





 

  Es cierto. Hablo de sueños a niños de mentes despreocupadas, creados de burbujas de vana fantasía, una sustancia tan sutil como el aire. 
   
   William Shakespeare, Romeo y Julieta.
   

   --Come --dijo Merlot. 
  --No puedo hacerlo en modo alguno--, repuso Despereaux apartándose del libro.
   --¿Por qué no?
   --Arruinaría la historia --, dijo Despereaux.
   
   Kate DiCamillo, Despereaux.



  
   Los pobrecillos estaban sometidos a la crueldad de la señora Mann, una mujer cuya avaricia la llevaba a apropiarse del dinero que la parroquia destinaba a cada niño para su manutención. De modo, que aquellas indefensas criaturas pasaban mucha hambre, y la mayoría enfermaba de privación y frío.
   
   Charles Dickens, Oliver Twist.

   --¡Tiene que ser un sueño! --insistió mientras asentía fuerte con la cabeza intentando infundirse valor a sí mismo--. Todo parece falso, adulterado, una locura, como en los sueños precisamente, y ahora --señaló el exterior con un movimiento de cabeza--, ahora encima volamos. O la noche vuela pasando a nuestro lado. Cualquiera sabe.
   
   Cornelia Funke, Corazón de Tinta.



   
   Me deslicé hacia el comedorcito de desayunar anexo al salón y en el cual había una estantería con libros. Cogí uno que tenía bonitas estampas. Me encaramé al alféizar de una ventana, me senté en él cruzando las piernas como un turcco y, después de correr las rojas cortinas que protegían el hueco, quedé aislada por completo en aquel retiro.
   
   Charlotte Bronte, Jane Eyre.



  
   Por las mañanas, al ir a la escuela, Charlie podía ver grandes filas de tabletas de chocolate en los escaparates de las tiendas, y solía detenerse para mirarlas, apretando la nariz contra el cristal, mientras la boca se le hacía a agua.
   
   Roald Dahl, Charlie y la fábrica de chocolate.




  
 Fue entonces, justo cuando estaba a punto de dejarle La Perla para él solo, cuando bajó de su nube y habló:
   --¿Conoces esa frase que dice que el buen maestro llega sólo cuando el discípulo está preparado?
   
   Javier Sierra, El maestro del Prado.

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